Un estudio publicado recientemente en la revista Social Psychological and Personality Science ha preguntado a casi 4.500 personas si valoran más el dinero o el tiempo para alcanzar la felicidad.
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El 64% declaró que prefería tener dinero, sin embargo, la investigación también arrojó que aquellos que daban más importancia a disponer de tiempo resultaban ser más felices.
La idea surgió de una vivencia personal de uno de sus artífices, Hal E. Hershfield. Sucede que este profesor recibió una invitación para participar en un seminario en otro estado diferente del que reside.
Y sucede también que tenía en su hogar una niña nacida hace apenas 12 semanas. El dinero que le pagasen serviría para ayudar a la crianza de la criatura, pero también perdería un fin de semana para disfrutar con ella en esa etapa tan sensible de los bebés.
En este caso, ¿qué le hacía más feliz, el tiempo o el dinero?
Los resultados de su investigación son los ya citados: “Si tuviéramos a dos personas que fueran por lo demás iguales, aquella que decidiera que el tiempo es más importante que el dinero sería más feliz que la que solo optara por el dinero”, explican Hershfield y su colega Cassie Mogilner Holmes, ambos miembros de la Universidad de California en Los Ángeles, en un artículo de The New York Times.
Por cierto, el profesor Hershfield decidió quedarse en casa, y disfrutar de los días con la niña antes que de los dólares. Algunos de los entrevistados también acabaron en acuerdo con la investigación: un 25% de los que eligieron dinero; preguntados un año después, cambiaron de idea y optaron por el tiempo.
Cuestión de edad
No es el único estudio de este tipo: a principios de año una investigación de la Universidad de British Columbia en Vancouver (Canadá) arrojó que valorar el tiempo sobre el dinero está asociado a mayores niveles de felicidad, sobre todo cuando para conseguir ese dinero son precisas amplias jornadas laborales.
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También concluyó que, según aumenta la edad, el tiempo pasa a cobrar más importancia en las prioridades de las personas. Tiene lógica: cada segundo que pasa se convierte en un bien más escaso. Ya lo decía el poeta José Manuel Caballero Bonald: “Somos el tiempo que nos queda”.
Los más jóvenes parecen haber tomado nota del veterano poeta: valorar el tiempo parece ser una tendencia en la llamada generación de los millennials (nacidos entre 1980 y 1995): según un estudio de 2013 de la consultora Price Waterhouse Coopers esta horquilla de edades prefiere disponer de más tiempo libre y poder compatibilizar su vida laboral y personal antes que tener un gran salario.
Los millennials consideran el trabajo solo un medio para tener estabilidad y bienestar, pero no el único medio. De hecho, un 21% de las mujeres y un 15% de los hombres, según el estudio, estarían dispuestos a renunciar a parte de su salario en pos de más flexibilidad.
El psicólogo Dan Gilbert, profesor en la Universidad de Harvard y autor del superventas Tropezar con la felicidad (Destino), explicó, en una reciente visita a España, que, llegados a cierto límite, la cantidad de dinero que se gane no proporciona una felicidad extra. Ese límite son los 60.000 euros.
A partir de ahí, en cuestiones de felicidad, da igual ganar 60.000 euros o 60.000 millones. Por eso los multimillonarios no disfrutan, comparativamente, de tanta felicidad como de dinero (nada nos dice que Amancio Ortega o Bill Gates sean personas tan felices como adineradas).
Las cuatro claves de la felicidad son gratis
“Una vez tenemos cubiertas las necesidades básicas, que son fundamentales para nuestro bienestar, un aumento en nuestra riqueza puede generar algo de felicidad pero a corto plazo”, explica Silvia Álava, psicóloga del Centro de Psicología Álava Reyes.
“Después ocurre lo que llamamos la adaptación hedonista: nos acostumbramos a las cosas que tenemos, nos comparamos con los demás y queremos más”.
Quizás a ustedes les haya pasado: han conseguido un coche un poco más potente, una casa un poco más grande, pero, pasada la primera satisfacción, no podría decirse que son más felices que antes.
“Lo que si puede causar un incremento duradero del bienestar es invertir en cosas que nos hagan crecer como personas o mejoren nuestras relaciones con los demás”, apunta la psicóloga.
Por ejemplo, un curso de guitarra o para hacer cupcakes, apuntarse a excursiones o actividades deportivas, son actividades que puede hacer más por nuestro buen ánimo que los citados cochazo y mansión.
Así, las cuatro actividades cotidianas que más felicidad aportan, según explica Gilbert, no cuestan un duro: practicar sexo, hacer ejercicio, escuchar música y charlar. No cuestan dinero, pero sí necesitan tiempo.
“Invertir en experiencias es mejor que invertir en cosas materiales”, declaró el psicólogo. Es un hecho establecido dentro de la psicología que tener variadas y sanas relaciones con las personas, una vida social intensa y saludable (más allá de los likes de Facebook), es una de las cosas que más influye en nuestro bienestar y para ello es imprescindible el tiempo.
“No podemos cifrar nuestra felicidad en los grandes eventos de la vida, tenemos que aprender a disfrutar de los pequeños momentos: un café mañanero con un compañero de trabajo, contar un cuento a nuestro hijos al anochecer”, concluye Álava.
Vamos, que muchos pocos hacen un mucho. Y para ello hace falta mucho tiempo y no tanto dinero. Aunque, claro, lo ideal es el combo: conseguir un trabajo que nos den mucho millones mensuales trabajando solo un par de horas al día. No abundan.
Fuente: El País