Cuando dormimos, la temperatura de nuestro cuerpo desciende, también baja la presión sanguínea. Estos dos hechos ayudan al organismo a descansar y activan el sistema digestivo, para que haga mejor su trabajo. Y no solo eso, el sistema nervioso también reposa y el cuerpo segrega hormonas como la prolactina, las gonadotropinas, la hormona folículo-estimulante, la hormona luteinizante y la hormona estimulante del tiroides.
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Todas estas sustancias son básicas para regular el metabolismo, el crecimiento y la regeneración de tejidos. Es decir, ocurre una ola de reparaciones y ajustes que es necesaria para que podamos rendir al día siguiente en condiciones.
Al dormir desnudos estaremos contribuyendo a que ese enfriamiento del cuerpo se produzca de una manera más rápida y sin interferencias. La comodidad será mayor y por lo tanto, el sueño será más profundo: la circulación sanguinea se producirá sin la oposición de una camiseta ceñida o de un pantalón, y todo el proceso hormonal anteriormente descrito se producirá con más facilidad.
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Además, utilizando la piel como único pijama podremos entrar en capas de sueño más profundas con una mayor rapidez. Y no solo eso. Un estudio publicado en 2014 demostró que dormir a más baja temperatura (sin el calor de la ropa, por ejemplo), ayudaba al cuerpo a activar el tejido adiposo marrón. El metabolismo de los lípidos en este tejido genera calor en el proceso conocido como termogénesis: la grasa se va quemando para cubrir las necesidades energéticas del organismo. Es decir, que al dormir desnudos se quema más grasa acumulada.