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Imaginen el vestido más hermoso del mundo, hecho manualmente por artesanos en algún lugar cercano de París. Uno como el que usa cualquier estrella de cine en la alfombra roja y que, a menos de que tengan la fortuna de un jeque árabe o un CEO de Palo Alto, no podrán usar, porque esta prenda, producto de una tradición de más de 160 años, es exclusiva precisamente por la minuciosidad, el costo y las reglas de una institución que hace que elaborar un vestido así sea un arte. Con la Alta Costura comenzó la moda comercialmente, podría decirse, pero solo es un vestigio del viejo esplendor de tiempos menos descarnados si se habla de industria.
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Desde los aparatosos vestidos de la casa de Charles Frederick Worth, fundada en 1858, pasando por el reinado de Dior y su ultra feminizado “New Look” en los años 40 y 50, la Alta Costura ha tenido dentro de sus lineamientos a grandes firmas, pero dentro de ese mundo esplendoroso y por lo mismo rígido, muchas casas han emigrado a campos mucho más rentables como el Pret-à-Porter (ropa de fabricación industrializada).
Porque un vestido de ensueño como el que presentó Karl Lagerfeld en la anatomía de Gigi Hadid, para que sea de “Alta Costura” debe estar avalado por la Cámara Sindical de la Costura Parisina, que regula qué firmas pueden hacer piezas dentro de esta palabra, que por demás está protegida, al ser patrimonio francés. «La Alta Costura es un sector específico de la moda francesa. Los diseñadores miembros de son aprobados por la Chambre Syndicale y sus estándares son altos. Para las marcas más nicho, es un buen aunque intenso mercado con clientes muy selectos. Para las marcas globales, es parte de su estrategia de mercadotecnia para posicionarse como productos de exclusivos y de lujo», afirma Tanya Melendez, Curadora de Educación del Fashion Institute of Technology (FIT).
De hecho, desde que Worth creó la organización se han establecido reglas que fueron actualizadas en 1992. Los miembros que trabajen dentro de esta organización afiliada a la Federación Francesa de Costura (establecida desde 1973) deben diseñar a medida para clientes privados, deben tener un atelier en París que cuente por lo menos con 20 empleados de tiempo completo y cada temporada es menester presentar una colección con mínimo cincuenta diseños originales al público.
Los vestidos, por supuesto, deben estar hechos a mano por aproximadamente 2.200 costureras afincadas en cada casa. Por mucho, uno de estos vestidos tarda 700 horas en ser elaborado, sin contar que un mínimo de veinte personas trabajarán para que quede con los estándares de calidad exigidos. Hay que añadir los materiales con los que son confeccionados, pues existe aún un nivel de especialización en cada área, como plumas o pedrería. Todo para que 2 mil mujeres en el mundo, que ya no son las grandes aristócratas de antaño que mantenían el sistema (ya que hay millonarias de mercados emergentes de Asia y Rusia), puedan usarlos.
Pero, ¿por qué se sigue manteniendo un negocio tan caro a todas luces?
¿Un mundo en extinción?
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La idea del lujo francés, concebida desde los tiempos de Luis XIV como un distintivo cultural, fue el gran impulsor para la idea de “moda” en cuanto a mujeres que podían lucirla dentro de una clase social hecha para la ostentación. Pero apenas se consolidó la clase media y una generación de personas que podían obtener mayores bienes de lujo, marcas y sistemas más democratizadores se apoderaron del negocio. Desde Zara hasta las líneas de alta gama de las firmas como labiales, perfumes o el ready to wear, pasaron a ser la gallina de los huevos de oro, aún con esta premisa dentro de su relato de marca, pero mucho más aspiracionales y por ende, accesibles.
«La Alta Costura es una broma”, dijo Pierre Bergé hace años. – “Es seguir fantaseando, pero nadie lo compra más. Los precios son ridículos y las reglas para hacerla no tienen sentido. Eso pertenece a otra era. Un verdadero couturier es alguien que funda su propia casa.”
Y es que hacer estos vestidos es carísimo, a tal punto que marcas como Versace se retiraron en 2004 (para volver en 2012), dejando atrás los buenos y coloridos tiempos de Gianni. Yves Saint Laurent dejó de hacerlo en 2002. Se pierde más de lo que se gana. De más de 100 casas en los años 40 que hacían Alta Costura, a finales de milenio se llegó solo a 12. Actualmente hay 92 casas registradas en la página web oficial de la Federación, pero no todas llegan a presentarse en las semanas de la moda. El lujo vive de la aspiracionalidad, actualmente, no de la inaccesibilidad.
«La perdida de dinero es en realidad una forma alambicada de publicidad, ya que las casas pierden en la alta costura, pero ganan a su vez, porque el valor del imaginario crece. Y venden lentes. Perfumes. Y medias de marca. Y ahi se ganan miles de millones. El hacer y exhibir alta costura asegura presencia mediatica para la produccion en serie. Es como si un museo perdiese millones de dólares en la exposición pero se repusiera con los souvenirs», afirma el investigador de moda y director de Trendo.mx, Gustavo Prado.
Tan solo el grupo LVMH registró el año pasado un aumento del 18% en ingresos. Vendió 27 mil millones de dólares en los primeros nueve meses, siendo su mercado más consolidado Japón. Y todo esto se lo debe al maquillaje y a sus accesorios, así como a la joyería. Pero, ¿por qué hay desfiles todavía?
Porque sigue existiendo clientela rica y fiel. «La función de los desfiles de moda ha evolucionado, pero, nuevamente, se trata de un ejercicio de mercadotecnia. Aunque todavía van compradores de las tiendas a los desfiles, muchos de los beneficios son la exposición en medios y la difusión de las colecciones.», sostiene Tanya Melendez.
Y eso se puede ver en las cifras: no hay que desestimar lo que vendieron Chanel y Dior, por ejemplo, en este periodo de tiempo en Alta Costura. Armani Privé y Versace incrementaron sus ventas un 30% y 50%, según las últimas estadísticas cedidas al Financial Times. Asimismo, el gobierno y la Cámara Sindical protegen como patrimonio artístico y cultural la labor artesanal de las pequeñas empresas alrededor de París, así como promueven a nuevos diseñadores. «El negocio es el imaginario de la marca. Respaldado por esos sueños de oropel», complementa Gustavo Prado, en referencia a lo que sostiene a este negocio.
Además, los nuevos clientes no son solo las viejas socialités europeas de antaño o estrellas de cine, las que más compran ahora son millonarias chinas o rusas.
Casi todos los que pueden costearse un traje de Alta Costura provienen de mercados emergentes, como se vio en el informe del grupo Wealth-X, quienes ostentan mayores ingresos vienen del Asia y del Pacífico, así como de Medio Oriente. Gracias a ello diseñadoras como Guo Pei (quien hizo el impactante vestido de Rihanna en la última gala del MET) tienen éxito. Asimismo, también hay canales para venderla online. Esto indica que la Alta Costura se ha hecho más accesible para quien pueda pagarla e incluso distintiva a la del mundo en el que reinaron sus madres y abuelas. Lagerfeld reinventa el tweed distintivo de Chanel en cada temporada, así como la manera en la que se lo presenta a cada generación.
«El mayor aporte de la alta costura es que normalmente, hay un alto grado de creatividad. Dado que no tienen tantas restricciones de índole práctico como en el ready-to-wear suele haber más fantasía. Además, la alta costura mantiene la idea de la moda como lujo.«, explica Tanya Melendez.
Y quizás por eso presentaciones como las de Armani o Dior- entre muchas otras firmas que aún sobreviven- siguen causando sensación no solo por su fastuosidad o por la ensoñación: es porque hay gente que puede hacer ese sueño de pasarela una realidad a través de una tradición que se reinventa y que en principio fue la que erigió al creador como un genio que diseña para cada mujer sueños únicos e irrepetibles.