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Dwayne ‘The Rock’ Johnson es el actor mejor pagado en el mundo

Solo tenía 7 dólares en el bolsillo y ahora se da los mejores lujos

Acababa de cumplir 23 años y no tenía dónde caerse muerto. Literalmente. Dormía en un colchón que se había encontrado en la calle y atravesaba la segunda de las tres depresiones que sufriría a lo largo de su vida.

Era 1995 y Dwayne Johnson acaba de dejarlo con su novia del instituto y su sueño de ganarse la vida como jugador de fútbol americano profesional había sido destruido por su entrenador. «No eres lo suficientemente bueno», le dijo aquel duro técnico.

Dwayne culpaba a su padre de su precaria vida: el luchador Rocky Johnson había dado bandazos profesionales que llevaron a la familia al desahucio cuando Dwayne tenía 14 años. Sin embargo, en ese momento de desesperación, Dwayne tuvo que recurrir a su padre para que le llevase de vuelta a casa tras ser rechazado por la liga profesional.

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Durante el trayecto, Dwayne abrió su cartera. Tenía siete dólares. Eran todos sus ahorros. Hoy, Johnson es oficialmente el actor mejor pagado del mundo con un sueldo de 59 millones de dólares en un año (el segundo es Jackie Chan y el tercero Matt Damon). Los 21 años que separan aquellos siete dólares de este título de Rey de Hollywood son un fascinante y admirable relato de superación dentro del ultracompetitivo mundo del espectáculo.

Tras tocar fondo, a Dwayne Johnson no le quedó más remedio, como a tantos otros chavales, que ponerse a trabajar con su padre. Claro que el señor Johnson no regentaba un taller mecánico. Dwayne se curtió como luchador con la misma disciplina que hoy le ha hecho una estrella. «Luchaba por 40 dólares la noche y comía gofres tres veces al día, peleando en mercadillos los fines de semana, en ferias, en convenciones de coches o en graneros. Me rajaba la cabeza con cuchillas de afeitar [lo hacen para que la gente vea sangre: es parte del espectáculo]. Y nunca me pregunté a mí mismo si me lo merecía o si era un hombre de verdad», ha declarado a la edición estadounidense de Esquire.

Dwayne se había criado entre luchadores, levantándose a las 6 de la mañana desde los 5 años y aprendiendo que no debía comer por placer sino por nutrición. Su abuelo, el samoano Peter Maivia, ya había sido una estrella de la lucha. Dwayne se convertiría en el primer competidor de lucha libre de tercera generación. Su primer nombre artístico, Rocky Maivia, es un homenaje a sus dos predecesores, pero pronto despertó la antipatía de los fans de la WWE (World Wresting Entertainment, el espectáculo de lucha libre más importante del mundo). Rocky Maivia era un buenazo y el público le rechazaba por resultarle cursi y blandengue.

En 1997 decidió abrazar la teatralidad de los combates de lucha libre y viró hacia un personaje más parecido a Hulk Hogan o El Último Guerrero que al muchacho afable (a estas alturas ya se había reconciliado y casado con aquella novia del instituto) que en realidad era. Se reinventó como The Rock y empezó a hablar de sí mismo en tercera persona.

Su carisma, su imponente presencia (mide 2 metros y pesa 120 kilos) y su sentido del humor se pusieron al servicio de broncas y cruces de insultos hacia sus rivales que culminaban en torneos con nombres escritos con sangre y testosterona. Los Combates de la Calavera Ardiente, El Juego Letal, La Crudeza es la Guerra o La Masacre de San Valentín le enfrentaron con sus archienemigos, que tenían nombres artísticos a la altura de las circunstancias: Mankind (Humanidad) o Mr Ass (Señor Culo).

Las revanchas, las alianzas secretas entre luchadores, el uso de maquinaria industrial durante los combates y el vaivén de títulos de campeón mundial coronaron a Dwayne The Rock Johnson como la mayor estrella de la WWE. Incluso alcanzó popularidad entre el público ajeno al circuito de la lucha libre, gracias a un ofensivo ingenio para insultar a diestro y siniestro que se traducía en todo tipo de productos con sus frases impresas: «Eres un hermafrodita feísimo», le gritó a un comentarista; «pareces un Power Ranger mendigo», insultó a su rival John Cena.

En lo más alto de su carrera como luchador apareció en su primera película. El regreso de la momia (Stephen Sommers, 2001) abría con las aventuras del Rey Escorpión. El éxito de este prólogo dio lugar a su propia película, El rey escorpión (Chuck Russell, 2002), con la que batió el primero de sus récords: su sueldo de seis millones de dólares es el más alto recibido jamás por un protagonista debutante. Pero ahí no fue donde arrancó su lucrativo estrellato. Johnson se pasó varios años intentando demostrar que podía ser un actor de verdad, hizo caso a su agente y perdió peso.

Al sentir que se estaba alejando de su esencia, recayó en una tercera depresión que culminó en divorcio. Tras protagonizar Rompedientes (Michael Lembeck, 2010), una comedia infantil en la que interpretaba al hada de los dientes (la versión yanqui del ratoncito pérez), Dwayne decidió que estaba harto de intentar ser un actor versátil, volvió al gimnasio y despidió a su agente. Aquella decisión fue una de las más difíciles de su vida. Su agente era uno de sus mejores amigos. Pero ahí es donde comienza la leyenda.

Establecido en sus 120 kilos de puro músculo, Johnson demostró ser un imán para la taquilla resucitando tres franquicias: G.I. Joe. La venganza (Jon M. Chu, 2013), Viaje al centro de la tierra 2. La isla misteriosa (Brad Peyton, 2012) y sobre todo Fast 5 (Justin Lin, 2011). Todas recaudaron más que sus predecesoras. En 2013 Johnson fue el actor más taquillero del mundo con más de mil millones de dólares recaudados y fundó su propia productora, Seven Bucks Productions (Siete Dólares Producciones), en honor a aquellos miserables 7 dólares que le animaron a cambiar su vida. El objetivo era conquistar al público. «Elijo mis películas basándome en dos cosas: ¿voy a disfrutar haciéndolo? y ¿va a pasárselo bien la gente?», recita como filosofía.

El sacrificio le costó, literalmente, una hernia. Para prepararse físicamente de cara a Hércules (Brett Rattner, 2014), se embarcó en un brutal programa de entrenamiento para el cual se levantaba a las 3 de la mañana y comía 10 veces al día. Su cuerpo dijo basta y una hernia en el abductor le obligó a una operación que retrasó el rodaje. Le costó al estudio 1,8 millones de dólares.

Nadie diría que se estaba recuperando de esa intervención quirúrgica durante sus dos mastodónticos taquillazos de 2014: San Andreas (Brad Peyton) y Furious 7 (James Wan). Pero la razón por la que Dwayne Johnson es el actor mejor pagado del mundo no es sólo su evidente solvencia comercial. Es más importante: el público además le adora. Su cuenta de Instagram (donde le siguen más de 60 millones de personas: el tercer hombre con más fans, solo por debajo de Justin Bieber y Cristiano Ronaldo) nos divierte y entretiene casi a diario, ya sea porque cuelga fotos del rodaje de la película Los vigilantes de la playa (próximo estreno que anuncia taquillazo, para mayo de 2017) porque aparece sosteniendo a dos cachorritos en una piscina o porque rescata una foto delirante de los 90 donde aparece, según el mismo definió, vestido como «una lesbiana cabreada».

Esta fotaza, con su cuello vuelto, su cadena por fuera, su riñonera y ese fabuloso detalle del trapo que impide que Dwayne se manche el codo se volvió tan viral que hasta el actor Seth Rogen la imitó. Johnson, por supuesto, encajó la parodia con humor. Otra de sus cualidades más apreciadas por el público, su patriotismo, protagonizó titulares cuando Johnson fue la primera persona del mundo en confirmar (de forma velada en un tuit) la muerte de Bin Laden. Y todo porque su primo era un soldado en Afganistán, tal y como averiguó la investigación posterior de la CIA.

Ese espíritu de campeón es lo que hace que Dwayne Johnson le caiga bien a todo el mundo. El año pasado entró en el Libro Guiness de los Records al hacerse 105 selfies en 3 minutos durante el estreno en Londres de la película San Andreas. Hay algo genuinamente humilde en su forma de contar historias, siempre con los pies en la Tierra. «Mi especialidad como actor es lo que yo llamo ‘la cara austera’, con el ceño fruncido, pero últimamente estoy perfeccionando la cara de ‘oh, mierda’, basada en la que pongo cuando me meto en líos con mi novia», ha declarado.

Esa novia es la cantante Lauren Hashian, de 31 años, con quien acaba de tener una hija llamada Jasmine. Su otra hija, Simone (apodada Pebbles -Piedrecita-, en homenaje al nombre artístico de su padre) es fruto de su primer matrimonio con Dany García. La novia del instituto ya no es su esposa, pero siguen trabajando juntos en la productora.

Precisamente Seven Bucks Production es la responsable de Ballers, una serie de televisión que Dwayne Johnson también protagoniza y que acaba de estrenar su segunda temporada en HBO. Ambientada en el mundo del fútbol americano, Johnson no oculta sus intenciones: «Mi personaje es todo lo que yo soñaba ser. Es un jugador profesional de la NFL que se forra y les compra una casa a sus padres. Es todo en lo que yo fracasé, qué irónico».

Lo irónico es que un tipo como Dwayne Johnson hable de fracaso. Su popularidad entre espectadores jóvenes y adultos de todas las razas es un fenómeno que acaba de empezar y que podría acabar en la política como su amigo e inspiración Arnold Schwarzenegger. «Seguro que en la Casa Blanca hay sitio para mi camioneta», tuiteó Johnson. Pero más allá de la anécdota, reconoce que la política le resulta tentadora y que le gustaría «provocar un impacto en la vida de millones de personas». De momento lo hace a través de la Dwayne Johnson Rock Foundation, organización para ayudar a niños con enfermedades terminales.

Bautizado (por su propia autobiografía) como «el hombre más electrizante de la industria del entretenimiento», Johnson está lejos de acabar como Hulk Hogan. De momento no va a hacer un reality show sobre su vida, pero sí ha creado y presentado el programa The Hero, en el que ayudaba a personas que odiaban su vida a dar un vuelco y perseguir su felicidad. Y de eso Dwayne Johnson sabe mucho. «Crecí en un lugar donde si una puerta se cerraba, no se abría ninguna ventana. Sólo había pequeños huecos y hacía lo que fuera por colarme por esos huecos: arañar, rajar, morder, empujar, sangrar. Ahora ha llegado mi oportunidad. La puerta se ha abierto y es tan grande como un garaje».

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