«Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento (…) Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace».
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Así describe Eduardo Galeano la labor de ser arquero en un equipo de fútbol y acertó en cada una de sus palabras. Tal como dice el escritor uruguayo, estar sólo en una portería no es tarea fácil y no es para cualquiera.
Ser el responsable de evitar la gran alegría del fútbol es para alguien completamente preparado. El gozo de ellos es la tristeza de millones. Por si fuera poco, un pequeño error les puede costar muy caro. De héroes pasan a ser villanos en sólo un segundo.
Ahí nace que los guardametas siempre sean catalogados de seres especiales e, incluso, de locos.
Por eso, cuando los niños se inician en el fútbol, lo que menos quieren es ponerse al arco. Todos quieren ser el que deslumbre con su magia, haga goles o, al menos, sientan el contacto propio del de estar cerca de otros jugadores.
Ese sentimiento de no querer ser arquero lo vivió en carne propia un niño argentino. En un video que se hizo viral en los últimos días y que fue subido por sus padres, el pequeño Tobías Mendoza llora sin consuelo por haber tenido que jugar en portería.
«Arquero es lo más aburrido que hay (…) Voy a ser jugador ahora», dice Tobías a sus padres, quienes le responden «jugadores hay un montón. Tú eres el mejor arquero. Dime, ¿cuántos goles salvaste hoy día?».
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Ahí vino lo peor. El niño no aguantó más y enfurecido respondió: «Que pongan otro arquero (…) Ninguno (salvé) Me metieron un gol en caño, un gol en caño me metieron».
Para colmo el niño cargará siempre con las palabras de Galeano: «La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición».
Mira al pequeño niño que no quería ser arquero