Estaba entre la espada y la pared. Tenía que demostrarles que estaban equivocados, revelándoles la verdad… aunque hacerlo significara la muerte.
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Corría el siglo IV a.C. y Agnódice estaba en el banquillo de los acusados. Un grupo de médicos había presentado cargos en su contra argumentando que seducía a las mujeres que eran sus pacientes, y peor, que hasta había violado a dos, penetrándolas.
El veredicto del Consejo del Areópago había sido "culpable".
No le quedaba más remedio. Agnódice se levantó la túnica y, sin necesidad de palabras, les dejó saber que era mujer, no hombre, como había hecho creer.
Sabía que la revelación sería considerada como un delito peor que haber seducido o hasta violado a sus pacientes.
"¡Una mujer, practicando medicina!", exclamaron algunos, como escupiendo las palabras.
Les había dado la razón perfecta para ejecutarla.
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El crimen
Esa razón era la misma por la que sus pacientes la habían preferido.
Era un secreto guardado por ella y aquellos a quienes había ayudado pues en esa época estaba prohibido que las mujeres practicaran medicina.
No siempre había sido así.
No mucho antes de que Agnódice decidiera que dedicarse a la partería, la práctica era consideraba como una profesión honorable en la civilización griega.
Una de las célebres parteras era Fanáreta, la madre del filósofo Sócrates (470-399 a.C.).