La noticia de que el ex presidente peruano Alan García se encontraba refugiado en una embajada extranjera en Lima para pedir asilo político se ha tenido que dar dos veces: en noviembre de este año, pero también en junio de 1992.
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Hace 26 años, no fue la sede diplomática de Uruguay, sino la de Colombia la que acogió al exmandatario.
Esta última vez, Montevideo le negó el asilo por considerar que está siendo investigado por delitos comunes (presunto lavado de activos y colusión en el caso Odebrecht) y no por sus ideas. Pero en aquella época, sí se le concedió refugio y un salvoconducto que le permitió abordar un avión militar que lo llevó a Bogotá, lejos del régimen que Alberto Fujimori acababa de instaurar a través de un autogolpe.
Hoy, mientras la policía peruana anuncia que ha reforzado las fronteras en el norte para evitar una fuga, viene a la memoria el primer pedido de asilo de García… y la increíble huida que protagonizó antes de poder alcanzar la embajada colombiana. Un recorrido que incluyó tiros al aire, saltar paredes, dejar a sus cuatro hijos menores de edad en una casa asediada por militares armados y varias semanas en la clandestinidad.
El expresidente noveló la historia en su libro El mundo de Maquiavelo. Como este también incluye "algo de creación imaginada para cubrir los vacíos", como diálogos protagonizados por Fujimori o los soldados que cercaban su residencia, usaremos los datos del texto que luego han sido reafirmados por sus personajes en varias entrevistas dadas a lo largo de los años.
Una advertencia desoída
Según García, que entonces tenía 42 años, la mañana del domingo 5 de abril le llegó una advertencia por teléfono: un grupo militar había recibido órdenes de matarlo a él y a Agustín Mantilla, que había sido ministro suyo cuando gobernó Perú por primera vez, entre 1985 y 1990 (luego volvería a la presidencia entre 2006 y 2011).