Los estadounidenses no solo han lamentado el fallecimiento de un presidente; también la desaparición de la política de antaño.
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George Herbert Walker Bush fue el último presidente de la mejor generación de Estados Unidos: un héroe de guerra que vio el final del bipartidismo patriótico característico de los primeros años de la posguerra.
Un moderado que genuinamente prometió en 1988 hacer que su país fuera más amable y gentil.
Un pragmático que veía con sospecha el surgimiento de los puristas ideológicos en el Partido Republicano que hicieron de los recortes de impuestos un fetiche y que satanizaron al gobierno.
Para muchos, su muerte marca el final de una era, pero la verdad es que esa época de la política estadounidense llegó a su fin hace un cuarto de siglo.
- Muere George HW Bush, el presidente que gobernó EE.UU. durante el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo
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Su fin comenzó a principios de la década de 1990 con el cambio generacional de políticos, de George H. W. Bush, que participó en la Segunda Guerra Mundial y fue probado en combate, a los Baby Boomers como Bill Clinton y Newt Gingrich.
Al igual que Harry S. Truman, otro gran presidente de la política exterior que fue subestimado en ese momento, Bush ofrece un excelente ejemplo de cómo evolucionan las reputaciones presidenciales en los últimos años, cómo se reevalúan los legados y cómo rasgos que en su momento se caracterizaban como debilidades pueden ser juzgadas por futuras generaciones como virtudes.
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Un político que marcó una época
La posteridad es ciertamente más generosa que aquellos escritores de la época que lo ridiculizaron como un pelele y algo así como un marcador de página entre las figuras más destacadas de Ronald Reagan y Bill Clinton.
Sin embargo, Bush, en su forma menos llamativa, también fue un político que definió una era, aunque resultó ser de corta duración: aquellos fugaces años de dominio mundial estadounidense inigualable.