Hace poco me llamó una amiga. Sí, me llamó. No me escribió un mensaje de texto, ni me mandó un privado por Instagram, ni me dejó una nota de voz en WhatsApp. Me llamó para hablar conmigo y saber cómo estoy.
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Me sorprendió.
Algunos veinteañeros como yo no hemos hecho una llamada telefónica desde al menos 2007 (excepto cuando hablamos con nuestros padres o alguna molesta llamada de rigor con el banco o la universidad).
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Antes solía pasar tantas horas hablando con mis amigos que mi mamá tenía que apartar mis dedos del teléfono. Pero ahora mi celular siempre está en silencio, y si recibo una llamada me embriaga una mezcla de temor y sospecha. De hecho, a veces dejo que suene y no contesto.
Sé que no soy la única que se ha distanciado de las llamadas telefónicas. Hay innumerables memes en internet sobre el odio que despiertan.
https://www.instagram.com/p/BoXKYugAL6W/
https://twitter.com/majara0/status/595693532482039808
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Aunque el uso del celular va en aumento, cada vez llamamos menos. Según Ofcom, el Regulador de Comunicaciones de Reino Unido, el número de llamadas bajó por primera vez en el país en 2017, descendiendo en un 1,7%.
Y en Estados Unidos la tendencia cambió en 2007, cuando el promedio de mensajes de texto en celulares excedió al de llamadas, según un estudio de Nielsen.
Simone Bose, consejera en Relate, una organización británica de asesoramiento telefónico, dice que este fenómeno tiene mucho que ver con cómo la tecnología ha cambiado nuestros hábitos.
"Nos acostumbramos cada vez más al texto y a veces sentimos que si alguien nos llama debe ser algo importante y, por lo tanto, pueden ser malas noticias. Eso nos causa ansiedad", explica.
También dice que "nos sentimos más vulnerables cuando hablamos por teléfono" porque "nos preocupa decir algo equivocado".