Cae la noche y un vozarrón arropa la bulla de los autos y los buses que atraviesan la avenida a toda velocidad. Es Mercedes*, que lleva años vendiendo comida en un puesto callejero de San Salvador.
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Con la sonrisa dulce que le acompaña en la jornada es difícil imaginar que parió su primer hijo como consecuencia de una violación, que es VIH positiva y que su compañero de vida le pega constantemente y la amenaza con matarla.
"Estoy bien, gracias a Dios, no tan bien, no tan mal", dice tímidamente cuando le pregunto cómo le va. Suspira y después de una pausa, continúa: "No pensé que me iba a encontrar esta clase de marido, pero mi fracaso viene de hace mucho tiempo".
Su voz inocente revela juventud, pero las arrugas en su cara y su cuerpo cansado hablan de una vida mal vivida, de un trauma perenne.
La noche anterior, José* le pegó otra vez. La llamó hija de puta. Le quitó parte del dinero ganado de la venta. Aunque Mercedes quiere, no lo puede dejar porque, dice, no tiene adónde ir.
Vulnerables
La joven forma parte de la población más vulnerable de mujeres en el país centroamericano, aquellas que nacieron en la pobreza y son víctimas de violencia desde la niñez.