Nada en sus 15 meses de vida ha sido fácil para Julia López.
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A tan corta edad, esta niña venezolana ya ha sufrido una operación para colocarle unas válvulas que drenen el líquido que se acumula en su cráneo y una infección cardíaca que casi paraliza su corazón.
A su condición congénita se le suman las dificultades de un país en crisis. Julia sufre un episodio de desnutrición del que intenta ahora recuperarse.
"Ahí donde la ve, ella ha pasado mucho", me cuenta su madre, Yurika, ingresada junto a ella en un centro sanitario estatal en Caracas.
Sentada en una cama en la que se distinguen un revoltijo de sábanas, un Nuevo Testamento y una cucaracha que trepa por una de las patas, me cuenta el comienzo de las penurias de Julia, "mi princesa", como la llama ella.
A Julia le pasa que nació con un cerebro diminuto.
No ve, tiene un cráneo desproporcionadamente grande para su corta edad, y se pasa el día postrada en su cuna.
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Su madre dice que nunca la ha visto sonreír.
"Ella no da guerra, está siempre muy quietecita", relata con ternura.
Los médicos le advierten una y otra vez que su hija puede morir en cualquier momento a causa de su malformación congénita.
El pronóstico es que, a medida que avance su desarrollo, su pequeño cerebro termine por colapsar.
"Un especialista en neurocirugía me dijo que no viviría más de un año, pero ahí está mi princesa", cuenta Yurika.