A comienzos de junio de 1999, cerca de una docena de adolescentes en un colegio en Bélgica cayeron enfermos con síntomas similares: dolores de cabeza, mareos y molestias estomacales.
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La enfermera de la escuela, intentando encontrar la causa del malestar, les preguntó qué habían ingerido. Hubo una sola cosa que todos tenían en común: habían bebido latas de Coca-Cola.
Los jóvenes, además, reportaron que la bebida tenía un olor raro.
Unos días más tarde ya eran cerca de un centenar los adolescentes enfermos en el norte del país, e incluso hubo algunos casos del otro lado de la frontera, en Francia. Todos habían enfermado después de tomar Coca-Cola.
La compañía inmediatamente retiró algunos de sus productos.
El gobierno belga, por su parte, abrió una línea telefónica para denunciar casos y comenzó una investigación. De forma preventiva, prohibió la venta de bebidas de Coca-Cola, incluyendo no solo esa gaseosa sino otras de la popular marca.
En Europa, Francia, Países Bajos y Luxemburgo también comenzaron a retirar esos refrescos de los estantes de supermercados.