Una fila de policías corta el paso sobre el puente del río Goascorán, que sirve como frontera entre El Salvador y Honduras.
Es jueves y pocos minutos pasan de las 6:00 de la mañana. Los agentes custodian los movimientos de un centenar de hondureños, campesinos y agricultores en su mayoría, que aún cubiertos con frazadas y pedazos de plástico, luchan con el frío y la lluvia.
Algunos tiemblan, todos tienen hambre. "No traigan cámaras, traigan comida", grita una mujer a la distancia.
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Los hondureños intentan cruzar la frontera desde el miércoles. Son parte de las caravanas de migrantes que partieron esta semana del país centroamericano con la intención de llegar a Estados Unidos.
Son quienes desataron la ira del presidente Donald Trump, quien amenazó con interrumpir las ayudas económicas a Honduras, Guatemala y El Salvador si permitían que sus ciudadanos viajaran "con la intención de entrar a EE.UU. de manera ilegal".
Grupos similares atraviesan Guatemala y México, en algunos casos son acompañados por la policía y refugiados en albergues locales.
En El Amatillo la historia es otra: tirados sobre el asfalto del puente, los migrantes hondureños se mueven con cierta parsimonia, como arropándose con el poco calor de los primeros rayos del sol.