Durante siglos y siglos, y hasta hace poco más de 500 años, numerosos europeos vivieron convencidos de que la tierra era plana, una especie de plancha sólida que flotaba sobre un mar enigmático y oscuro.
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Según esa teoría, el mundo terminaba en un lugar muy concreto, en un punto preciso más allá del cual no había nada, sólo las aguas sombrías, aterradoras y repletas de monstruos del llamado Mare Tenebrosum.
Ese lugar donde acababa el mundo fue bautizado por los romanos con el nombre en latín de Finis Terrae, literalmente, el "fin de la tierra", Finisterre en castellano.
Se encuentra en Galicia (noroeste de España) y es uno de los puntos más occidentales de Europa continental. Se trata de una lengua de tierra que se adentra tres kilómetros en el océano Atlántico y desde la cual sólo se ve mar y nada más que mar, tanto si se mira de frente, hacia la izquierda o hacia la derecha.
Durante cientos de años se consideró que en ese lugar en el que los únicos vestigios que hay del hombre son un faro y un antiguo edificio de señales marítimas era el último rincón del mundo, la última esquina de la tierra.
Allende ese lugar se creía que no había absolutamente nada, sólo un mar desconocido y peligroso en el que muy pocos osaban adentrarse.
Sin embargo más allá de aquel lugar había algo gigantesco, un enorme trozo de tierra que ocupaba una superficie de 42,55 millones de kilómetros cuadrados: América.