Cuando Brasil promulgó su actual Constitución en octubre de 1988, el entonces presidente de la Asamblea Constituyente fue tajante: "Tenemos odio a la dictadura", dijo. "Odio y asco".
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Pero 30 años después de aquellas palabras de Ulysses Guimarães, la democracia consagrada en esa Constitución pasa por un momento delicado con las elecciones de este domingo.
En un clima de confusión y desencanto con la élite política, 147,3 millones de brasileños están llamados a elegir a su próximo presidente.
Las encuestas auguran una segunda vuelta el 28 de este mes entre los dos candidatos más votados.
Pero en el final de la campaña nadie descartaba que, capitalizando el hastío popular con la corrupción y el crimen, gane sin necesidad de balotaje el ultraderechista Jair Bolsonaro, que en los sondeos registraba más de 10 puntos de ventaja sobre su rival más cercano.
Bolsonaro es un excapitán del Ejército que ha expresado nostalgia por el régimen militar brasileño de 1964 a 1985, elogiado a un coronel reconocido como torturador por la justicia y que en el pasado abogó por cerrar el Congreso como hizo Alberto Fujimori en Perú en 1992.
Segundo en las encuestas figuraba Fernando Haddad, exalcalde de São Paulo y candidato del Partido de los Trabajadores (PT), la fuerza de izquierda removida del gobierno por el Congreso en 2016 entre escándalos de sobornos y una dura crisis económica.