Si un viajero en el tiempo de hace dos o tres décadas aterrizara en la esquina de una calle cualquiera de una ciudad moderna, lo que vería le sorprendería enormemente.
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En todos los lugares, bares, restaurantes, autos, tiendas y mientras caminan por la calle, las personas están absorbidas por unas pequeñas pantallas que sostienen entre las manos.
"¿Qué están haciendo?", se preguntaría el viajero. Y si se detuviera a preguntar a una de esas personas, probablemente la respuesta le sorprendería todavía más. Mucha gente ni siquiera sabe realmente qué hace cuando mira el celular.
Consultamos el móvil unas 150 veces al día. Apple dice que desbloqueamos el iPhone unas 80 veces. Y si es un Android, el número aumenta hasta 110.
Los smartphones han cambiado la manera en que usamos nuestro tiempo libre. Tenemos una batalla casi personal con nuestro teléfono. Limitamos el número de horas que lo usamos, le quitamos el sonido, reducimos el brillo de la pantalla… Pero el celular parece tener un poder casi hipnótico sobre nosotros.
¿Por qué nos resulta tan difícil resistirnos a los encantos de las nuevas tecnologías?