A mediados del siglo XVII hubo una suerte de competencia sui generis entre Francia e Inglaterra, que giraba en torno de las transfusiones de sangre.
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En Oxford, se reunió un grupo de jóvenes investigadores ansiosos por explorar, y la idea de inyectar sangre directamente de un animal a otro se le ocurrió por primera vez por uno ellos, Dick Lower, en 1664.
En 1666, Lower realizó su primer experimento de transfusión, pasando la sangre de una arteria de dos mastines grandes (uno después del otro) a la vena de un perro pequeño.
Al final del experimento, los mastines estaban muertos y el suelo estaba inundado de sangre, pero el perro pequeño "se bajó de un salto de la mesa y, aparentemente ajeno a sus heridas, comenzó a acariciar a su amo, y a rodar sobre la hierba para limpiarse de sangre".
El clímax de los experimentos llegó en noviembre de 1667: Lower realizó la primera transfusión de sangre en un humano en la recién establecida Royal Society en Londres.
Había informes de que el experimento ya se había intentado con éxito en París, pero no estaban confirmados, así que la velocidad era esencial.
Y un hombre llamado Arthur Coga, descrito como un "erudito excéntrico", fue persuadido para que permitiera recibir una transfusión de sangre de cordero, lo que se hizo exitosamente.
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Uno de los objetivos del experimento era ver qué cualidadespodrían transmitirse a través de la sangre transfundida.
¿Podría la sangre de un cuáquero calmar a un hombre violento, por ejemplo?
El descubrimiento de Harvey
Los experimentos de transfusiones, sin embargo, tuvieron que ser abandonados cuando uno de los voluntarios de París murió.
Y la transfusión de sangre como tratamiento no se reviviría hasta el siglo XX, cuando se hicieron muchos avances en el conocimiento de la sangre y sus propiedades.