La profunda inmersión, para cuatro instructores experimentados de buceo, había sido bien planificada. Pero a mitad de la sesión, algo pasó y se desencadenó una cadena de eventos catastróficos.
PUBLICIDAD
El cielo estaba azul sobre Chipre. Era uno de esos escasos días libres para los amigos Rich, Paul, Emily y Andy, y decidieron aprovechar el agua azul y cristalina para buscar nudibranquios, un tipo de babosas marinas.
Lanzaron un bote desde la orilla, lo anclaron y se sumergieron en el mar uno por uno, utilizando sus aletas para impulsarse hacia abajo en el agua más profunda y oscura.
Continuaron a una profundidad de 40 metros, diez metros más profundo de lo que los instructores llevarían a sus clientes.
Eran jóvenes y querían "superar los límites", admite Rich Osborn, que entonces tenía 21 años. Pero tenían experiencia y estaban bien entrenados a ese nivel.