Quedarse a vivir en una isla alejada, inmerso en una cultura enigmática, con la playa a un paso y una temperatura agradable durante todo el año es una tentación en la que caen unos 250 chilenos cada año (y unos cuantos extranjeros).
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Según las autoridades municipales de la Isla de Pascua, esta es la cifra anual de gente de Chile continental que se muda a este territorio que el próximo 9 de septiembre cumplirá 130 años de haber sido anexado a esta nación sudamericana.
Pero los habitantes de esta provincia de 164 kilómetros cuadrados en medio del Pacífico no ven la inmigración con buenos ojos.
La mayoría cree que la isla no es lo suficientemente grande para acoger a las 7.750 personas que residen allíy que este volumen poblacional está dañando su ecosistema, además de representar un riesgo para la conservación de la cultura de la etnia nativa: los rapanuis.
Y para frenar la llegada de inmigrantes, el gobierno chileno aprobó una medida que entró en vigencia este miércoles: desde ahora, los turistas que aterricen en la isla tendrán que mostrar un billete de regreso y su visita no podrá durar más de 30 días.