Nos encontrábamos en algún lugar de los remotos Fiordos Occidentales, una península grande en el extremo noroccidental de Islandia, cuando nuestra casa rodante se malogró por primera vez. Y no sería la última.
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Era finales de septiembre y mi marido y yo estábamos recorriendo el cabo de Látrabjarg, un acantilado barrido por el viento, cuando regresábamos a Ísafjörður, la localidad más grande de los Fiordos Occidentales (2.600 habitantes).
Una vez en nuestro apartamento, llamamos a la compañía que nos alquiló el vehículo. Para nuestra mala suerte, el mecánico del pueblo no podría atendernos antes de la fecha en la que debíamos estar de vuelta en la capital islandesa, Reikiavik.
"Bueno", dijo el representante de la empresa de alquiler, "¡þetta reddast!".
Una rápida búsqueda en Google me informó de que þetta reddast (se pronuncia: "zet-ta red-ast") no quiere decir "lo siento, no me pagan lo suficiente como para que me importen sus problemas" ni tampoco "intenten no quedarse varados en el medio de la nada".
En cambio, significa "al final todo se solucionará". Si Islandia tuviera un eslogan oficial, sería esta frase que resume de forma casi perfecta la manera en que los islandeses se toman la vida: con una actitud relajada, tranquila y un gran sentido del humor.
Una filosofía de vida
"Es solo una de esas frases ubicuas que te rodean todo el tiempo, una filosofía de vida que flota en el aire", afirma Alda Sigmundsdóttir, autora de varios libros sobre la historia y la cultura de Islandia.