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Roberto Valencia: “La sociedad salvadoreña está condenada a vivir con las pandillas por varias generaciones”

El escritor vasco-salvadoreño Roberto Valencia hace un retrato de las pandillas de su país a través de uno de sus personajes más emblemáticos: Gustavo Adolfo Parada Morales, conocido como “El Directo”.

En los últimos años de la década de 1990 irrumpió en la conciencia de El Salvador un adolescente de nombre Gustavo Adolfo Parada Morales. Gracias a la resonancia que los medios de comunicación hicieron sobre él, se convertiría en el primer pandillero mediático del país y la sociedad entera lo conocería como El Directo.

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Fue el líder de una célula de la Mara Salvatrucha: la Pana Di Locos. Su actividad delictiva la desarrolló en su lugar de nacimiento (1982), el departamento de San Miguel (zona oriental del país centroamericano).

El Directo vivió a hierro y a hierro murió. Entre lo uno y lo otro hubo poder, drogas, amores, asesinatos, traición, cárcel-fuga-cárcel, sobrevivencia, lucha contra las vicisitudes de su entorno y la repercusión de sus actos que lo llevaron al ocaso de sus días.

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Ahora es figura clave del libro ‘Carta desde Zacatraz’ (editorial Libros del K. O.) del periodista vasco-salvadoreño Roberto Valencia, del equipo Sala Negra del periódico digital El Faro.

"El Directo fue la excusa para hablar del fenómeno de las pandillas y de las cosas que se hicieron tanto desde las políticas públicas como desde la sociedad para frenar [el flagelo] de las maras", le comenta el periodista a BBC Mundo en San Salvador.

‘Carta desde Zacatraz’ es una investigación periodística de ocho años de faena. En el libro concurren más de 50 fuentes que no solo hablan de El Directo, sino del aparecimiento y evolución de las pandillas y de las fallidas medidas de represión de los gobiernos de derecha e izquierda que solo hicieron más complejo el tema.

Y a pesar de tantos años de convivencia con esta expresión de violencia, los salvadoreños y sus gobiernos "desconocen" el fenómeno de las pandillas.

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"En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina que es lo mismo, que todos son lo mismo y que todos se mueran, pero si querés solucionar un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el problema y no decir que todo es la misma mierda", señala el periodista Roberto Valencia.

Entiendo que El Directo te interesó por la amplificación que los medios de comunicación hicieron de su figura, pero en tu libro dejás ver que tu primer encuentro con él cara a cara te decepcionó…

Sí, claro. Cuando leés sobre el personaje y lo que fue El Directo y el peso que tuvo… Hoy si alguien consulta en Google aparece en los listados internacionales del asesino en serie más peligroso del mundo. Y eso sigue siendo El Directo.

Cuando yo fui a verlo —recién llegado a El Salvador— me llevé esa pequeña decepción porque no era tan imponente físicamente como en mi mente se había proyectado. Y el personaje que yo tuve que entrevistar era un tipo tímido al que costaba sacarle las respuestas. Era un joven al que le costaba mirarte a los ojos. Me esperaba un personaje tipo Hannibal Lecter o algo así.

Eso fue en 2001. Lo volví a entrevistar en 2012 en el Penal de Máxima Seguridad —conocido como Zacatraz— y ahí era otra persona. Al menos frente a mí. Era alguien mucho más seguro de sí mismo, empoderado. Más inteligente.

¿Qué hizo evolucionar a El Directo: las pandillas, los medios de comunicación o su sed de poder?

El Directo fue un personaje muy inteligente.

No hablo de una inteligencia labrada en las aulas o haciendo másteres. Hablo de que él supo reaccionar a los estímulos que la vida le deparaba. Cuando él se fuga y es recapturado, la Mara Salvatrucha ya lo tenía amenazado de muerte y él actúa y se adapta para hacer frente a esa situación.

Él en un principio intentó anular esa ‘luz verde’ [condena a muerte], intentó reconciliarse con la pandilla. Cuando él se da cuenta de que eso no será posible, él se adapta. Eso será muy habitual en él. Y eso le llevará a diferentes lugares de la vida. Es un sobreviviente dentro de una sociedad violenta.

Algo que noté en el libro es que él está carente de afecto, es solitario y su acercamiento a la Mara Salvatrucha lo hace sin timidez, decidido…

El detonante —según mi reporteo— es que su madre lo echa de casa. Así de claro.

Él era un niño. Y ese mismo día se ‘brinca’ [rito de ingreso que es una paliza de 13 segundos en la que no puede defenderse] en la pandilla. Claro: no es del todo justo señalar que hay situaciones de causa y efecto tan [radicales] para decir que si pasó esto la consecuencia es esto otro.

Pero yo sí llegué al convencimiento de que la madre tiene un rol importante en cómo terminó siendo El Directo. Y dentro del comportamiento de la madre está una mujer violenta, golpeadora…

No estaría en mi estándar de madre ideal. Y eso no es una especulación mía. Todas las personas con las que hablé y que tuvieron un trato intenso con la madre de El Directo tienen las mismas conclusiones.

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¿En qué momento Gustavo pasa a ser El Directo?

Va y viene. Pero a ver: si nos vamos a lo estricto, él no se ‘brincó’ como El Directo. La ‘taca’ [alias] que le pusieron fue el Flaco. Esa ‘taca’ se rebautiza en 1998.

En el libro manejo que después de su paso por los centros de internamiento de menores quiso hacer su vida fuera de la pandilla. Y lo intentó. En el libro yo eso lo manejo volviéndolo a llamar Gustavo. O sea: no hay un único momento en el que empezó a ser el Directo para el resto de su vida. Y eso yo lo manejo —digamos— como estrategia narrativa. Cuando es niño, pues es el niño Gustavo Adolfo. Luego lo llamo el Directo en ese periodo de su intensa vida criminal cuando él tenía 16, 17, 18 años. Para mí —como autor— el Directo pasa a ser de nuevo Gustavo en el periodo que regresa a El Salvador desde Costa Rica y tiene un periodo —al menos yo me convencí— de que sí quería una vida al margen de la actividad criminal.

Se estima que en El Salvador hay entre 30.000 y 60.000 pandilleros.

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