Era la tarde de nuestro segundo día viviendo en Hawái. Fui a la cocina, donde mi novia estaba sentada en el suelo con el chico que había venido a configurar internet. Pero no estaban hablando de eso, escuché que él la invitaba a que fueran a cazar jabalíes.
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A medida que pasaron los días, ese tipo de acontecimientos amistosos aumentaron. Pasamos por una granja del vecindario y nos ofrecieron aguacates. Llegamos al final de una ruta de senderismo y un padre con una hija que pasaban por ahí se ofrecieron a mostrarnos un camino secreto que conducía a una cascada escondida.
En otra ocasión, fuimos al mar, y alguien en la orilla nos advirtió que la corriente era demasiado fuerte para nadar, luego nos ofreció una cerveza y nos invitó a navegar en canoa.
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Pueden haber muchas palabras para explicar este tipo de encuentros, pero al menos una de ellas es ‘aloha’. Aquí en Hawái, ‘aloha’ es la ley.
