En 1985, Jorge Eckstein, residente del histórico barrio de San Telmo, en Buenos Aires, compró una mansión abandonada cerca de su casa con la idea de transformarla en un restaurante.
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Construida en 1830, la mansión era grande pero estaba muy deteriorada. Era lo que los argentinos llaman "casa chorizo", ya que las habitaciones están alineadas en fila y dan hacia una serie de patios laterales. Eckstein sabía que se necesitaba importantes reformas: las paredes se derrumbaban y los pisos estaban cubiertos de escombros.
A poco de comenzar las obras, Eckstein notó algo inusual en los cimientos de la casa y no pasó mucho tiempo para que los patios comenzaran a hundirse. Resultó que Eckstein había tropezado con lo que se convertiría en uno de los sitios arqueológicos más importantes de la ciudad: un portal hacia un laberinto subterráneo.
La idea de un misterioso mundo bajo tierra siempre despertó interés y dio rienda suelta a la imaginación en Buenos Aires.
"Los viejos mitos acerca de la existencia de un gran enjambre de túneles debajo de la ciudad resurgen una y otra vez", dice Ricardo Orsini, coordinador del Centro de Interpretación de Arqueología y Paleontología de la ciudad.
Descubrimiento casual
Después de que Eckstein descubrió que el patio se hundía, un equipo de arqueólogos de la Universidad de Buenos Aires investigó los cimientos de la casa para conocer su historia.
La mansión de 20 habitaciones había sido abandonada hacia fines del año 1800, cuando sus ocupantes huyeron de la mortal epidemia de fiebre amarilla que asolaba la ciudad. A comienzos del siglo XX funcionó como casa de inquilinatos, pero hacia 1980 fue abandonada una vez más.