En agosto de 1995 un hombre llamado Foutanga Babani Sissoko entró a la oficina central del Banco Islámico de Dubái (DIB), en la capital del emirato con el mismo nombre, y solicitó un préstamo para comprar un auto.
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El gerente, Mohammed Ayoub, aceptó y Sissoko lo invitó a cenar a su casa.
Ese fue el preludio de uno de los engaños más audaces de todos los tiempos.
Durante la cena, Sissoko sorprendió al gerente del banco asegurándole que tenía poderes mágicos y que con ellos podía duplicar cualquier suma de dinero.
La magia negra está condenada por el islam, aunque mucha gente cree en ella, y Ayoub cayó en el engaño del misterioso empresario originario de una aldea remota en Malí.
En el próximo encuentro, Ayoub llegó a la casa de Sissoko con el dinero.
Fue entonces cuando un hombre salió de una habitación diciendo que un espíritu acababa de atacarlo. Y le advirtió a Ayoub que no enojara al espíritu, porque su dinero no se duplicaría.
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Ante eso, el banquero dejó su efectivo en la sala de magia y esperó.
El hombre dijo que vio luces, humo y que escuchó las voces de los espíritus. Luego hubo silencio.
El dinero se había duplicado. Y Ayoub estaba fascinado.