Jesika Foxx, de 27 años, tiene una oreja de elfo y los globos oculares de color púrpura. "Es permanente, no se decoloran. Van a estar siempre así", asegura.
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Su marido, Russ, de 35, tiene un par de cuernos dentro de la cabeza.
"Están justo bajo la piel, sobre el músculo, y se pueden mover un poco", explica el canadiense, haciéndolos rotar con la mano.
Stelarc, un australiano de 72 años, tiene una oreja implantada en el brazo. Y espera poder instalar pronto en ella un pequeño micrófono para que la gente escuche lo que él oye a través de internet.
Meow-Ludo Disco Gamma Meow-Meow —ese es su nombre real— tiene el chip de su tarjeta de transporte dentro de su mano.
Todos ellos son bodyhackers (piratas del cuerpo), y viajaron la semana pasada hasta Austin, Texas, Estados Unidos, para asistir a la Convención de BodyHacking, una conferencia que reúne a tecnólogos, artistas y transhumanistas de todo el mundo para hablar sobre los dispositivos que tienen implantados en su cuerpo.
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A lo largo de los últimos tres años, el evento se ha convertido en una suerte de peregrinaje para todos aquellos implicados en el entorno del biohacking.
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Este año también atrajo la presencia del ejército estadounidense.
Y, como pude comprobar antes de irme, abrió las puertas a algunos oportunistas imprudentes que aseguran que pueden "salvar" a personas que sufren ciertas enfermedades a través de tecnologías potencialmente peligrosas.