De lo cómico a lo erótico, pasando por lo maravilloso y el sentido de la propia mortalidad. Mezclando ficción y no ficción. Y todo eso, idealmente, en una misma frase.
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Bienvenidos al mundo de Geoff Dyer (Inglaterra, 1958), quien ha escrito más de una docena de libros a los que tanto críticos como lectores suelen calificar de "inclasificables". ¿Libros de viajes o reflexiones culturales y filosóficas? ¿Novelas o memorias? ¿Cuentos o artículos?
Dyer mismo elude las clasificaciones, aunque su sentido del humor, su errancia y sus agudas observaciones lo colocan (quizás) en la tradición de los satiristas y viajeros ingleses.
Sin embargo, Dyer reconoce que forma parte de un fenómeno cultural cada vez más extendido: el de los escritores que rompen moldes y géneros, una corriente prolífica en el mundo anglosajón de la que forman parte W.G.Sebald (que aunque escribió en alemán vivió casi 40 años en Inglaterra), Rachel Cusk o el noruego Karl Ove Knausgaard, quien con la (no tan) velada ficcionalización de su vida se ha convertido en uno de los grandes éxitos literarios en inglés de los últimos años.
En español la práctica de abiertamente mezclar lo ficticio con la realidad es más reciente y tiene menos tradición, pero ya hay escritores que han creado una obra sólida en ella, como el español Javier Cercas. La mexicana Valeria Luiselli también puede considerarse dentro de este ámbito literario.
Aunque siempre se puede decir —como lo hace el propio Dyer— que la costumbre de mezclar realidad con ficción es centenaria y se puede retroceder hasta autores como Laurence Sterne y su extraordinariamente graciosa "Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy".
BBC Mundo conversó con el autor antes de su participación en el Hay Festival de Cartagena, que se celebró hasta este domingo en la ciudad colombiana.
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¿Cuál es el sitio más sorprendente en el que ha visto clasificados sus libros en una librería?
Ja. Buena pregunta. Los he visto por todas partes. Lo que pasa es que estoy tan agradecido de que estén en algún lugar… (risas).
Uno de los lugares más comunes donde los encontraba al principio —aunque no era sorpresivo— era en la sección de liquidaciones… (risas). E incluso eso no era tan malo, porque lo normal era que no los encontrara por ningún lado.
Porque la verdad es que yo no se dónde ponerlos en mi biblioteca…
Lo mejor es tener una sección dedicada por completo a mi obra. (Risas).
Bueno, lo mismo me pasó con Ryszard Kapuscinski, cuando descubrí que mezcló ficción con sus reportajes. No supe si ponerla en la sección de Ficción o en la de No Ficción…
Si, creo que a Kapuscinski todos lo teníamos en la sección de reportajes y gradualmente, luego de todo lo que se ha revelado después de su muerte, él ha migrado cada vez más hacia la sección de ficción.
Creo que aún no le perdono que haya mezclado ficción en sus obras. Crecí admirándolo y diciéndome "¡por fin alguien que escribe periodismo con un sentido de la poesía y una profundidad que sólo se encuentra en la mejor literatura!"…
Completamente de acuerdo. Lo que escribió sigue siendo gran literatura, pero es un caso complicado, ¿no? Porque él se la pasó diciendo que habría sido magnífico si él hubiera podido inventar, pero que era ante todo un reportero.
Pero es un escritor extraordinario, cualquiera que sea la manera que lo clasifiquemos o describamos.
Usted ha dicho que pertenece a un fenómeno cultural del que también forman parte los escritores W.G. Sebald, Rachel Cusk y Karl Ove Knausgaard… ¿Cuándo cree que este fenómeno cultural empezó? Porque usted se va hasta los años 60 y menciona a Truman Capote y a John Berger.
Creo que este debate sobre ficción y no ficción siempre ha existido. Por ejemplo, esas piezas de George Orwell como "Un ahorcamiento" (1931) o "Matar a un elefante" (1936). Ha habido mucho debate sobre si son cuentos o reportajes.
Lo otro que diría es que, aunque este es obviamente un gran momento cultural para este tipo de escritura, lo que he encontrado es que el hecho de que mucha gente lo esté haciendo ahora me ha ayudado, porque yo lo venía haciendo desde mucho antes de que se considerara un fenómeno.
Años atrás yo era un extraño, un perdedor que hacía cosas en los extramuros de lo que era literariamente respetable.