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Por qué Erling Kagge, el explorador que llegó a los dos polos y a la cima del Everest, dice que su mayor proeza fue encontrar el silencio en la vida cotidiana

Erling Kagge es el primer hombre en alcanzar los polos Norte y Sur y la cima del Everest. Pero el aventurero noruego dice que su mayor proeza fue descubrir el poder transformador del silencio. El autor del best-seller “Silencio en la era del ruido” habló con BBC Mundo sobre su experiencia antes de participar en el Hay Festival de Cartagena.

Erling Kagge es un ser extraordinario: es el primer explorador de la historia que alcanzó los "tres polos" de la Tierra: el Norte, el Sur y la cima del monte Everest.

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Pero asegura que eso, realizado a principios de los 90, ni se compara con su mayor hazaña: haber descubierto en medio de la "nada blanca" de la Antártica, durante una solitaria caminata de 50 días, el poder transformador del silencio.

Kagge, de 54 años, no se refiere a la ausencia de ruido acústico, sino a algo más esencial y profundo.

El aventurero, escritor y editor noruego es autor del best-seller "Silencio en la era del ruido" (publicado el año pasado), que ha sido traducido a una treintena de idiomas.

Allí ofrece 33 maneras de descubrir el "silencio interior" en nuestra vida cotidiana, por más ocupados o distraídos que estemos, y sin necesidad de viajar a sitios extremos y remotos como los que él exploró.

Kagge habló con BBC Mundo antes de su participación en el Hay Festival de Cartagena, que se celebró hasta ayer en la ciudad colombiana.

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¿Cómo fue la experiencia en la Antártica que le hizo sentir por primera vez que el silencio era algo crucial para usted, algo que debía buscar para ser una persona mas plena?

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Fue algo gradual. En los primeros días de mi caminata hacia el Polo Sur me di cuenta de que ya no tenía las mismas preocupaciones que antes y que el resto de la gente, como pagar las cuentas. Luego, con el paso de las semanas, empecé a sentirme cada vez más parte de la naturaleza.

Era como si mi cuerpo no terminara en las extremidades, sino como si se hubiese propagado hacia el entorno helado, hasta el horizonte. Me sentía en unidad con lo que me rodeaba. No tenía contacto alguno con el mundo; mi radio se había roto.

Caminar en esa nada blanca durante 50 días me hizo experimentar cuán enriquecedor puede ser el silencio. Era un silencio interior más allá de la falta de ruido en la Antártica. Fue mi mejor amigo durante la travesía.

La "nada blanca" de la Antártica.

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