Cada noche antes de dormirse, el desertor estadounidense Charles Jenkins se volteaba hacia Hitomi Soga, la mujer con quien Corea del Norte lo había obligado a casarse, y la besaba tres veces.
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"Oyasumi", decía él, usando el japonés nativo de ella. "Goodnight" (buenas noches), respondía ella en inglés, el idioma de la infancia de Jenkins en Carolina del Norte.
"Hacíamos esto para nunca olvidarnos de quiénes éramos realmente y de dónde veníamos", escribió Jenkins en sus memorias.
La suya es una historia oscura, extraña y cautivadora. Y, en el fondo, una historia de amor.
Atrapados en el reino ermitaño conocido por sus hambrunas y campos de trabajo, se unieron por causa de uno de los problemas menos conocidos de ese lugar: el emparejamiento de prisioneros.