Cuando el 5 de enero de 2016, la Policía española entró a la casa de la familia Hopkins en Gerona, los agentes se encontraron con una desagradable sorpresa.
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Habían acudido allí a petición de la propietaria de la vivienda, harta de que los Hopkins no le pagaran el alquiler.
Los Mossos D´Esquadra, la policía de Cataluña, no imaginaban que encontrarían allí el cadáver medio momificado de un niño de 8 años.
Se trataba de Caleb, uno de los tres hijos de la pareja formada por los ciudadanos estadounidenses Bruce y Schrell Hopkins.
El hedor que se adueñaba de todas las estancias hacía sospechar que el menor había muerto hacía días.
Lo más desconcertante fue la respuesta de los padres, que a las preguntas de los agentes contestaron que el niño no estaba muerto, sino dormido.
La autopsia estableció posteriormente que llevaba muerto al menos un mes cuando la Policía lo encontró.
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El Periódico de Cataluña informó que a los agentes les sorprendió que, de las dos plantas de la vivienda, la inferior parecía abandonada, mientras que era en la superior donde, junto al cadáver de Caleb, parecían seguir su rutina diaria el resto de miembros de la familia.
Según sostiene la Fiscalía en el juicio que estos días se celebra por la muerte del niño, la familia llevaba semanas haciendo una vida normal junto a sus restos.
Sin atención médica
El fiscal no cree que sus padres mataran al pequeño Caleb, pero sí que no le prestaron los cuidados médicos necesarios que hubieran salvado su vida.