Ecuador es el país más cercano al sol. El volcán Chimborazo, ubicado sobre la línea ecuatorial, es el punto más próximo al astro.
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Y aun así, somos uno de los países que menos horas de sol puede disfrutar. Por nuestra posición geográfica, los días duran prácticamente lo mismo todo el año.
A diferencia de otros lugares del mundo, donde las estaciones alargan las tardes y permiten aprovechar más horas de luz, aquí el sol se despide casi siempre a la misma hora.
Entre reuniones, tráfico y pantallas, muchas veces el día termina antes de que realmente lo vivamos.
El sol no solo ilumina, también transforma. Su luz activa la serotonina, conocida como la hormona de la felicidad, que mejora el ánimo, nos recarga y nos impulsa a disfrutar más de los momentos simples.
Esa sensación de bienestar que aparece al salir del trabajo o al pasar una tarde al aire libre no es casualidad: es el efecto real del sol en nosotros.
En un país donde los días siempre duran igual, no poder disfrutar del sol tanto como quisiéramos deja la sensación de estarnos perdiendo algo.
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Porque la luz no solo marca el tiempo, también define cómo lo vivimos. Y no hace falta escapar para ver la vida con optimismo: a veces, basta con dejar que el sol se quede un poco más.
El sol no solo ilumina, también transforma.