En Quito, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso, sede Ecuador) reunió a académicos e investigadores para reflexionar sobre el pensamiento de Michel de Certeau, el filósofo e historiador francés que enseñó a mirar la ciudad y sus habitantes desde lo cotidiano. El taller no solo fue un ejercicio intelectual, sino también una experiencia para “andar la ciudad” al estilo certeauniano: con curiosidad, memoria y apertura a lo inesperado.
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Entre los invitados estuvieron el Dr. Carlos Álvarez, S.J., académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de la Universidad Alberto Hurtado, y la Dra. Genevieve Galán, del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana de México. Ambos compartieron con Diario Metro su visión sobre la huella de Certeau en América Latina y la misión de la caminata que realizaron en Quito.

La huella de Certeau
Para el Dr. Álvarez, Certeau es un pensador que “abre puertas” para comprender fenómenos políticos, sociales, culturales y eclesiales, combinando herramientas históricas, teológicas y psicoanalíticas con gran creatividad. Destaca su capacidad para poner el foco en “lo extranjero, la diferencia, aquello que resiste”, y para reconocer el valor de las prácticas de los débiles y de quienes habitan los márgenes.
En un contexto de “fractura social” entre academia, mundo político y mundo popular, Álvarez cree que la mirada certeauniana ayuda a restablecer diálogos rotos, fundamentales para fortalecer la democracia y la cohesión social. “Ahí hay un saber que es urgente rescatar”, afirma.

La Dra. Galán abordó el legado de Certeau desde la historia. Explicó que el pensador francés enseñó a mirar no solo “qué” dice un texto o un documento, sino “cómo” es posible que diga lo que dice. En América Latina, sus ideas comenzaron a difundirse en los años ochenta, invitando a reflexionar sobre las relaciones de poder, los gestos y las metodologías que subyacen a la producción de conocimiento.

Caminar como apropiarse de la ciudad
Sobre la caminata en Quito, el Dr. Álvarez admitió que prefirió “dejarse sorprender”, pero apuntó a su sentido profundo: reconocer y resignificar espacios cargados de memoria, lugares históricos y estéticos que representan tejidos sociales construidos a lo largo de la historia. Para él, caminar es también un acto de apropiación creativa de la ciudad, un gesto del “hombre común” que transforma el espacio urbano.
Inspirada en dos experiencias previas en Ciudad de México, Galán propuso la caminata en Quito como una forma de “pensar la ciudad” desde la mirada y el cuerpo en movimiento. Recordó que Certeau, durante sus viajes, tomaba notas breves y descriptivas que dialogaban con su obra La invención de lo cotidiano, donde distingue entre estrategias y tácticas: las primeras buscan ordenar el espacio, mientras que las segundas son las respuestas creativas y resistentes de la gente común.
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“Cuando uno se convierte en caminante, se desplaza del lugar cómodo del aula y se sumerge a ras de suelo”, explicó. Así, es posible descubrir dinámicas invisibles en los libros y narrar la ciudad como un palimpsesto de historias, metáforas y recorridos que nos convierten, como decía Certeau, en “poetas de nuestros asuntos”.

Más que un recorrido, una forma de mirar
Para ambos académicos, la caminata no es un simple itinerario turístico ni un ejercicio académico formal. Es una invitación a explorar, a perderse y a reconocer la ciudad como un espacio vivo, hecho de memorias, tensiones y creatividad cotidiana. Un recordatorio de que caminar también es pensar y que, al andar, uno se apropia del mundo con cada paso.